Tengo 64 años. Hace 61 que llegué de las manos de mis padres a Mar del Plata. Hace 44 que decidí fundar una empresa local cien por ciento marplatense dedicada a mi actividad, la exhibición teatral, que ya desarrollaba en la ciudad de Buenos Aires.
Una comunión precoz me ligó a la ciudad desde aquellos años tempranos. La Bristol, el viaje larguísimo en el primer coche de mis viejos desde Mataderos hasta el hotel Lima -de pensión completa, en un cuarto para los cuatro integrantes de la familia tipo- a una cuadra de la antigua terminal de ómnibus; la vuelta a la manzana en los caballitos del Parque Primavesi y tanto más de lo que tiene que ver con la memoria emotiva, me unió a la ciudad. De adulto siempre me dije que si no tuviese los teatros abiertos –y quedó ratificado en este último verano en pandemia–, seguiría eligiéndola para vivirla. Porque instalé una vida paralela a mi ciudad de nacimiento por una cuestión de sentimiento reconvertido en placer. Una simbiosis que hace que cada vez que me voy acercando a Mar del Plata, antes por la ruta angosta y ahora por la Autovía 2, respire un aire distinto en varias de sus acepciones.
Algunos percibimos a lo largo de los años que esta marca registrada de ciudad, fecundada gracias a nuestros antepasados hasta instalarla en el sentimiento argentino, debe cuidarse, renovarse. Disfruto pensándolo como un compromiso para honrar aquel pasado, pero fundamentalmente proyectando futuro. Porque la marca es importantísima pero, como cualquier marca, lo más trabajoso es sostenerla en el tiempo. Distintas convicciones y voluntades, también potenciadas coyunturalmente por la realidad que se impone, hace que multiplicados referentes, aún con distintos intereses y/o competencias, aúnen esfuerzos en este tiempo cuando de defender la marca se trata.
Trabajar por la Mar del Plata de todo el año, asignatura pendiente, debe dejar el título de eslogan histórico para pasar a ser de cumplimiento efectivo. En lo inmediato tenemos una posibilidad fantástica: ratificarla como la primera gran vidriera nacional posvacunación. La coyuntura de los próximos meses debemos explotarla de manera honesta, unidos por una «ciudad sin dueños», por una Mar del Plata que nos deje apartar por un ratito de cualquier tipo de competencia, privilegiando el bien común de lo que significa preservar la marca.
Tenemos una oportunidad y me parece, después de mucho tiempo, que muchos no la estamos dejando pasar. Es muy bueno no dejarla pasar. Subámonos a este colectivo porque nos puede dar satisfacciones. Por aquellos de antes, por nosotros ahora, extensivo al futuro de quienes la seguirán viviendo. Hay ganas. Quedan fuerzas. Sobra necesidad.